El chico tranquilo (La casa de Albián, capítulo 2)


-¿Dónde está esa desgracia de hijo mío?

La voz hastiada del duque de Turme resonaba por el corredor bajo el compás de sus pasos. Los tacones de sus elegantes botas retumbaban sobre el suelo oscuro de turmalina con su rítmico caminar.
-Señor duque, ¿a qué hijo andáis buscando? Tenéis dos -le respondió con una reverencia el Ama, mirando hacia el suelo.
-¿Acaso es necesario que lo aclare, Ama? -dijo el duque arrastrando las palabras, a la vez que la vena de su cuello comenzaba a hincharse-. Traédmelo aquí, ¡ahora! -gritó, rojo de furia.
-Enseguida Señor -respondió el Ama, mientras salía de la habitación sin dar la espalda al duque, con la mirada fija en el suelo.
A poco menos de quinientos metros de allí, un joven de diez años, sentado en un tronco y vestido casi como un príncipe, observaba como otro muchacho mucho mayor que él, de dieciséis, cortaba leña.
Hacía un día bastante caluroso y el leñador se había quitado la camisa. Partía la leña concentrado, dando tajos certeros con fuerza, uno tras otro a un ritmo constante, mientras gotas de sudor recorrían una espalda fuerte y trabajada.
El chico de diez años cuyos cabellos eran rizados y de un negro corvino, estaba a la sombra de un árbol, hipnotizado por el movimiento rítmico del hacha. Parecía embrujado por la hoja de hierro que atravesaba limpiamente la madera partiéndola en dos, al son de las contracciones de los músculos bien definidos de los brazos del otro chico.
 -¡Jeorhos! ¡JEOORHOOS! -se oyó de repente vociferar a lo lejos. El chico sentado en el tronco dio un respingo y puso cara de miedo.
-¡Jeorhos! ¡Señor! -El sirviente enviado por el Ama corría hacia ellos, casi ahogándose-. Señor... -tomó un poco de aire -. Me envía el Ama, vuestro padre anda buscándoos como un loco, está muy enojado, Señor.
El chico sentado en el árbol se puso en pie al momento con cara de circunstancia. Mientras, el leñador dio un golpe aún más fuerte, partiendo el trozo de madera que quedaba y dejando el hacha clavada en la base del tronco cortado que le servía de apoyo.
-Maldita sea -respondió Jeorhos mientras se echaba un poco de agua sobre el cabello y la espalda, sudados por el esfuerzo-. Me temo que hoy que era cuando teníamos que salir hacia Jabharia por el Día de la Llamada.
El cortador de leña se pasó las manos por su morena faz para retirarse el agua que le chorreaba. Se acarició su incipiente barba de adolescente y fue consciente en aquel momento de lo poco aseado de su aspecto.
-¡No quiero que te vayas! -dijo el chico de diez años.
-Volveré en unas semanas, Teo -contestó mientras se abrochaba la camisa. Jeorhos suspiró hinchando mucho sus carrillos y habló para sí en voz queda-. Se me había olvidado completamente... No quiero ni pensar cómo se va a poner Padre cuando se entere que ni he preparado el equipaje.
El sirviente, al escucharlo, puso cara de preocupación mientras una imagen del duque Arcán gritando a diestro y siniestro a la par que empezaba a dar las órdenes de empaquetar los trajes del señorito Jeorhos "para ayer" surcaba su mente.
Ajeno a la creciente congoja del sirviente y como si con él no fuera, Jeorhos caminó despacio hacia el castillo. Casi quince minutos después, un espeluznante proyecto de heredero del ducado y de una de las doce casas más importantes de todo Azra entraba por la puerta con el pelo mojado y marcas de sudor en la camisa. Una camisa que debía de haber sido blanca inmaculada por la mañana, en su armario, pero que ahora era una suerte de tonos terracota y verde musgo.
Se presentó ante el duque tras tocar a la puerta del salón. Éste se alzó de la butaca y con gesto serio se acercó a él con paso decidido.
Una bofetada cruzó su cara como un latigazo. Jeorhos no se lo esperaba.
-Perdonad, Padre, lo olvi... -otra bofetada en la mejilla contraria cortó su disculpa. Tenía la cara enrojecida y los carrillos le palpitaban como ascuas incandescentes.
-Tienes UNA HORA, para asearte y disponer de tus mejores galas en el baúl que los sirvientes han dejado en tu habitación. Tarda un solo minuto más, y harás las quince horas de viaje a Jabharia a pie, atado de una cuerda a la carroza.
Jeorhos sabía que no bromeaba. Agachó la vista y abandonó la estancia.
Maldito Día de la Llamada, era absurdo. Y lo peor no era el día en sí, eran todas las galas, cenas y eventos que se organizarían entre la aristocracia de Azra para matar el tiempo durante la semana previa.
Tomó las escaleras, hechas también del brillante mineral negro y ascendió hasta su habitación. Se desvistió y se metió en la bañera que el Ama debía de haberle preparado previamente. El agua se enturbió al momento. "¡Pues sí que estaba guarro!", pensó esbozando un amago de sonrisa que se cortó al acordarse del escozor de sus mofletes.
Se aseó rápido y se puso el traje azul y blanco que tanto le gustaba a su madre, decía que realzaba su tez morena y sus ojos negros.
Metió en el baúl los que valoró como mejores trajes en base a las veces que su madre había dicho "carísimo" cuando se los probaba. Metió también sus zapatos, la daga que le regaló su abuelo y un par de libros que tenía sobre la mesilla pues si conseguía escabullirse de las fiestas, habría poco que hacer en la capital y necesitaría entretenimiento. Pensó que tal vez pudiera ir a cazar, pero el acceso al bosque de Jabhar-arth estaba muy restringido y no le sería fácil tampoco.
Estaba arreglándose los puños de la camisa, cuando vio una mancha negra en su muñeca derecha. Menos mal que la había visto antes que su padre. Empezó a frotar con fuerza pero la extraña marca no se iba.
-Jeorhooos -se oyó entonces gritar desde abajo.
-Estoy listo -respondió un poco agobiado al mirar su muñeca. La mancha seguía ahí, y no tenía tiempo. La tapó anudándose bien la muñeca de la camisa y empujó el baúl hacia la puerta-. Voooy

La casa de Albián. Extracto del capítulo 2: El chico tranquilo.
 ***

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Comentarios

  1. Hola Javi:
    Gracias por los enlaces. Habrá que esperar un poco para averiguar qué hay detrás de esas manchas...

    Mucho ánimo y ¡a seguir creando mundos!

    Tonio

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