La Puerta del Bosque (La casa de ALbián, capítulo 1)

Gaël no podía si quiera pensar.


Su mente estaba congelada, prácticamente colapsada, mientras las imágenes de lo que sucedía antes sus ojos se convertían en fogonazos delirantes y sin sentido.
Era noche cerrada y sus manos crispadas agarraban con fuerza las crines de un caballo negro azabache en un intento desesperado por mantener la postura en la endiablada silla de montar, al menos mientras durase aquella carrera infernal.
No estaba solo. En el flanco izquierdo, algo más retrasado, un encapuchado de negro lo seguía. No lo perseguía, al contrario, su gesto serio y concentrado, parecía más preocupado en mantener el equilibrio de Gaël sobre el caballo que el suyo propio.
Delante, una capa gris perlada con una llamativa cenefa blanca que emulaba unas hojas de roble, ondeaba con fuerza y rabia al compás de un galope demencial, marcando el ritmo del extraño trío.
-¡Mantened el ritmo! -gritó el hombre de la capa gris-. ¡Tenemos poco tiempo, ya mismo se darán cuenta que no estás en tu ...!
No pudo terminar la frase. Un ruido ensordecedor inundó el momento. Las cornetas de guerra retumbaron por todo Jabharia como Gaël no recordaba haberlas oído jamás. Las propias gárgolas, en forma de pequeños dragones que colgaban de los puntiagudos salientes de los intramuros temblaron ante el estruendo, incluso pequeños cascotes de piedra caían sobre el suelo de la reverberación producida por los cuernos.
-¡Corred! -volvió a gritar el hombre mientras miraba con gesto imperioso a Gaël.
El corcel, como entendiendo la orden y presa de un ímpetu implacable, dio más fuerza si aún era posible a su galope. El paso de los tres caballos dejaba surcos profundos en el barrizal del suelo. Había estado lloviendo todo el día.
Aquello era una locura ¿Por qué huían?, Gaël era incapaz de recordarlo.
-¡Ya estamos llegando! ¡Este lodazal significa que estamos en las afueras de la ciudadela! Por aquí alcanzaremos la Puerta del Bosque en breves minutos -dijo el encapuchado que guiaba al grupo.
-¡Deberíamos ir por la Puerta de los Cazadores! ¡La Puerta del Bosque siempre está vigilada! -habló por primera vez el chico que iba en la retaguardia. La capucha negra se le había caído y ahora Gaël podía distinguir nítidamente sus rasgos. Era muy moreno, de pelo completamente negro y de facciones bien parecidas. Sus ojos de azabache impenetrable mostraban intensa preocupación.
De repente, el primer caballo se frenó en seco. El impresionante corcel blanco se giró hacia Gaël y hacia el otro chico.
-Iremos por donde yo diga, ¡no podemos fiarnos de ti, hijo de Nerulam!
Se hallaban justo en un cruce de caminos. Gaël conocía bien aquella zona, la había recorrido cientos de veces. A la derecha, a menos de tres minutos a galope, se hallaba la Puerta de los Cazadores; en frente, a su alcance y ya visible, se vislumbraba la imponente Puerta del Bosque. Ambas conducían al Bosque de Jabhar-arth. ¿Pero por qué ir hacia el bosque en plena noche?
A pesar de sus palabras airadas hacia el otro chico, el hombre que los guiaba parecía sopesar el aviso. Sin embargo, todo atisbo de duda se disipó de su faz en menos de un segundo, cuando a su derecha, por el camino que llevaba hacia la Puerta de los Cazadores, se empezaron a oír gritos y ruidos de armaduras corriendo hacia ellos.
El hombre de gris y blanco se giró con odio hacia el chico de negro que le devolvió la mirada con gesto de total desconcierto. El guía tensó las riendas y apretó las espuelas entonces en dirección a la Puerta del Bosque.
-Maldita sea tu raza -se escuchó perjurar al hombre, mientras miraba con desdén al chico moreno y tiraba con fuerza de las riendas de Gaël para hacer a su caballo emprender la marcha de nuevo.
Los tres caballos enfilaron, otra vez, el barrizal en que se había convertido el camino hacia la Puerta. No habían recorrido ni la mitad de la distancia cuando una enorme cortina de fuego les cortó el paso.
El jinete de blanco no frenó.
-¡Antiaphiros! -Le oyó Gaël gritar. Acto seguido un hálito de viento helado surgió de las manos del hombre de la capa blanca, bloqueando el fuego como si nunca hubiera estado allí, a la vez que creaba un pasaje durante el tiempo necesario para que los tres caballos pasaran. Después, el fuego volvió en sí, mucho más violento que antes.
Tras las llamas, una figura envuelta en una capa negra y unos guantes de cuero de un rojo vivo les cortaba el paso. El jinete de blanco aminoró el paso mientras balanceaba la situación con creciente tensión.
-Mala elección -les dijo irónico el hombre de la capa oscura.
A un gesto suyo, medio centenar de arqueros surgió de la nada, con los arcos tensados y unas llameantes flechas ya cargadas.
-¡FUEGOOO! -les gritó la figura negra.
Unas cincuenta flechas surcaron el cielo creando una bella parábola. Todo sucedía muy despacio. Gaël podía ver, nítidamente, la curva que cada dardo incandescente marcaba contra la oscuridad de la noche.
El jinete de blanco se giró hacia él con aprehensión. Se podía entrever la pena y la derrota en su cara. También el miedo. En un acto de desesperación, éste alzó las manos al cielo y, pronunciando unas palabras inaudibles, empezó a formar una barrera invisible contra la cual las flechas iban chocando sin alcanzar al grupo.
Pero esa barrera llegaba tarde, una de las primeras flechas disparadas ya se encontraba atravesando el corazón de Gaël.
***
-¡NO!
Con la camisola empapada en sudor, Gaël se irguió de la cama y se palpó con angustia el pecho. ¿Cómo era posible? El sueño le había parecido tremendamente real.
Se miró las manos y las extendió suavemente. Le dolían aún, como si de verdad hubiera estado agarrando aquellas crines negras con fuerza. Le resultaba curioso lo vívido de la carrera a caballo teniendo en cuenta que nunca había montado en uno.
"¿Quién demonios serían aquellos encapuchados?" se dijo para sí, mientras un escalofrío recorría su espalda al recordar el dolor que había sentido al notar la flecha atravesando su pecho.
-¿Estás bien Gaël? -la voz adormilada de su madre se escuchó tras la puerta.
-Sí madre, ha sido solo un sueño.
-Está bien, descansa hijo. Buenas noches.
-Buenas noches, madre -contestó, mientras se erguía completamente y caminaba hacia la ventana.
La luna llena inundaba la estancia, una habitación diáfana y con poco mobiliario sobre el que destacaban algunas prendas de ropa amontonadas en una silla. Gaël miró en derredor. Nada.
¿Por qué sentía que no estaba allí solo, en su habitación? Tenía el miedo calado hasta los huesos, eso debía de ser. Se rascó la nuca y con ese gesto se acordó de un comentario que le había hecho su madre la tarde anterior acerca de una mancha que le había salido justo al final del cuello. Dejó sus dedos ahí, imaginándose cómo debía de ser esa extraña marca entre la turbidez de pensamientos que le había dejado el  sueño. Se frotó los ojos y volvió a su cama tratando de zafarse.
"Mañana será otro día" pensó.
***
En la calle, a unos metros por debajo de su ventana, un viento frío arrastraba las primeras hojas caídas del otoño. Una ráfaga de aire las alzaba, ya caducas, y las arremolinaba entorno a una figura casi inerte que ocupaba el centro de la estrecha travesía.
El viento volvió a soplar con fuerza, generando suaves ondas en una fina capa de color gris perlado, a la vez que hacía que unas hojas de roble bordadas en un blanco impoluto ondearan a su son, creando una sensación irreal de floresta zarandeada por la brisa.
El encapuchado alzó la vista hacia la ventana donde Gaël dormía:
-Por fin te he encontrado.

La casa de Albián. Capítulo 1: La Puerta del Bosque.
 ***

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